En nuestra vida cotidiana, son muchas las mujeres de todas las edades que llevan faja o braguita reductora por
la razón que sea. Algunas por obligación tras alguna intervención pero
muchas (más de lo que pensáis que hay) se han acostumbrado a ella y ya
no saben salir a la calle sin esa sensación de compresión.
Esa costumbre es muy negativa para el tono muscular:
a la larga, podéis tener una flacidez importante que será muy difícil
de solucionar. El músculo no trabaja, ya lo sostiene la faja y tiene que
hacer bien poco ejercicio.
Si la llevas por capricho estético, porque tu
figura se ve mucho más esbelta y afinada, mejor cambia de opinión y de
táctica: ejercicio o dieta. Mejor ambas cosas. Si empezaste a llevar
faja por algun motivo concreto y ya está superada esa etapa, debes
pensar en dejarla en el cajón.
Si te cuesta porque hace mucho que la llevas, no te agobies. Intenta durante unas semanas llevarla sólo la mitad del día para irte acostumbrando a la nueva sensación. El fin de semana y siempre que puedas, quítatela. Si te sientes insegura,
siempre puedes optar por llevártela al trabajo y hacerlo al revés:
llevarla la segunda mitad de la jornada, cuando estamos más cansadas.
No sólo tu musculatura se verá pronto recompensada y empezará a trabajar más y mejor. Las fajas comprimen y eso afecta al sistema circulatorio. Al dejarla, todo empezará a circular mejor y beneficia a combatir tanto a la retención de líquidos como a la celulitis.
Claro está que si utilizas una faja o braguita reductora en
ocasiones determinadas no pasa nada de esto. Será una ocasión puntual y
no afecta. Bajo el vestido de fiesta, muchas la llevan.
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